Cuando un asesino fugado,
con la habilidad de transformarse en toda persona, animal o cosa que se os
ocurra, se escapa en una máquina del tiempo para hacer sus tropelías en todas
las eras que pille (con la insana intención de cargarse el continuo temporal)
solo el agente futurista Zekk podrá
detenerlo. ¿Y si resulta que el asesino
ha secuestrado a la prometida del propio Zekk
y la está llevando de paseo por tres épocas de la historia no precisamente
amigables? Pues ya tenemos el disfrute montado. “Detective en el Tiempo”
nos lleva por tres “set pieces”
históricas distintas y en ellas asistiremos a una frenética, erudita y
excelentemente ambientada persecución por tres escenarios a cuál más atractivo.
Que el maremágnum de portada de Miguel
García esta vez SÍ logra reflejar. Cada uno de estos tres
bloques temporales por los que se enfrentan héroe y villano tiene su propia
ambientación y narrativa, sin que por ello sufra el tono general y sci-fi de la historia.
Una vez más
asistimos al mimo y cuidado con que el gran Juan Gallardo Muñoz impregnaba sus historias. Primero viajamos al
antiguo Egipto de los faraones, donde el agente Zekk tendrá que infiltrarse para descubrir la forma que ha tomado el
villanesco Sarko en plena ciudad de
Tebas. Allí asistirá a las intrigas palaciegas para derrocar al faraón mientras
investiga el disfraz que ha tomado el villano. De hecho, se podría decir que
cada una de las tres partes funciona como una novela “noir” de anticipación en la que sufrimos junto al protagonista la
incertidumbre sobre tras qué rostro se puede haber escondido Sarko esta vez. ¡Y en cada ocasión es
una sorpresa! Tras salir de Egipto nos escapamos nada menos que a la Inglaterra
de primeros del XVIII. Allí se reproduce el misterio, pero… ¡ojo! tenemos el
cameo, bastante importante en la narrativa de esta secuencia, ¡del bandolero Dick Turpin himself!!! Como bien me
comenta Alberto López Aroca, esto
consigue colar un pastiche vintage en
toda regla justo en el medio de una novela de ciencia-ficción. Y tiene todo lo
que esperamos de tal personaje. Posadas oscuras, misterio, robos, carisma,
espadazos y mucho honor de bandido. Obviamente Garland tira hacia la versión novelesca y romantizada del
personaje, como debe ser. Y, aun así, al igual que el fragmento en Egipto, la
documentación sobre época, edificios y costumbres –sintetizadas en las
inevitables notas “garlandianas”-
derrochan el saber del autor junto a su habilidad para mantenernos interesados
en el suspense.
El último tercio es,
digamos, el más propiamente “sci-fi”
del conjunto, pues la persecución culminará en un complejo futurista
mega-tecnológico, con computadora inteligente incluida. Allí se reanudará la
intriga al cometerse una misteriosa serie de asesinatos que conseguirá burlar
incluso al perspicaz ordenador de la base. Así que le toca de nuevo a Zekk usar las meninges y salvar por fin
a su amada de las garras del esquivo malandrín espacio-temporal en, quizás, la
parte más apresurada del conjunto. Lo cual es un clásico en estas novelas, ya
que la fatídica página 96 se acercaba para cerrar el librito y la fiesta. Pero
en general la acción es intensa, los personajes dignos de seguimiento, el
sentido de la maravilla más que bienvenido y el entretenimiento de calidad
asegurado. ¡Loor y gloria a Don Curtis!
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