Esta semana se ha cumplido el aniversario del estreno del primer Batman de Tim Burton, película fundacional en muchos aspectos y en todas las escalas. El mismo día se anunció que Michael Keaton podría retomar el papel en la próxima película de Flash, a la vez que moría Joel Shumacher, destrozador de la franquicia que disparara Burton. Extraña Bat-semana, que culminamos aquí con una celebración personal de la primera piedra del superhéroe fílmico oscuro moderno. De vuelta a 1989...
A la hora de pensar en
solo UNA película que me marcara, la tarea parecía imposible. Aquellas tardes
de infancia junto a los Hermanos Marx,
Tarzán o Indiana Jones se fusionaban en noches llenas de clásicos de Hitchcook o Terence Fisher. ¿Y que hay de mis películas favoritas de entonces
–que siguen siéndolo hoy en día–: “Jesucristo
Superstar”, “La Vida Privada de
Sherlock Holmes”, “Conan El Bárbaro”
“El Padrino”, “La Huella”, “Excalibur”, “La Edad de la Inocencia”, “Superman”,
“La Noche de los Muertos Vivientes”,
“El Viaje Fantástico de Simbad”, “Los Caballeros de la Mesa Cuadrada”, “La
Máscara del Demonio”…? A mi no es que hubiera una película que me marcara,
¡Sino millones que me acribillaron! Pero tras unos minutos de reflexión, la
respuesta era clarísima. Creo que no ha habido una película que me marcara
tanto como el primer “Batman” de Tim Burton. Y creo que esto es así
porque para mi fue el primer film que me abrió las puertas a la cultura popular
en todas sus vertientes y que me demostró que había algo más que ficción dentro
de tantas y tantas manifestaciones artísticas, las cuales yo antes quizás
consumía con la típica expectación aburrida del infante. En ese momento de la
vida en el que somos los amos del mundo y el resto de la humanidad solo tiene
que facturar artificios para entretenernos, sin aspavientos ni pasiones
exageradas. Y sin embargo…
Ocurrió lo siguiente.
Tenía yo 10 años y mi hermano mayor me dio la noticia de que estaba a punto de
estrenarse una película de Batman, y
que la iba a dirigir el mismo director de “Bitelchus”,
la cual me había encantado. ¡¡Batman!!
Inmediatamente me entró el gusanillo nerd de la anticipación –años antes de
saber lo que era eso–. Yo tenía un comic de ese personaje en casa (un episodio
de la saga de Ra´s Al Ghul,
guionizado por Denny O´Neil (D.E.P),
en el que el héroe oscuro se enfrentaba a la femme fatale Talia y lidiaba con un cerebro vivo atrapado en un cristal) y lo
bueno que tenía Batman es que era
una mezcla de dos de mis personajes favoritos: El Zorro y Sherlock Holmes.
Dos iconos que apelan a los más primarios instintos del niño en edad de
crecimiento, y que mezclados en un solo personaje –superheroico, para más inri.
Yo, como tantos otros, también era fan de Superman–,
suponía un cruce de cables tan eléctrico que sigue generando chispas a más de
80 años de su creación. Y creo que poco después de aquella conversación con mi
hermano, vimos los avances en un cine de la ciudad. Aquel símbolo en negro y
amarillo en el que más de uno vió una boca abierta con sus dientes (yo incluido,
al principio). Y Jack Nicholson, que
parecía que interpretaba a un payaso maligno. Y un Batman hiper-moderno que parecía ser mucho más negro y oscuro que
en el tebeo que había leído. Y luego me enteré de que era Michael Keaton el que se escondía bajo el traje, lo cual fue una
sorpresa mayúscula que creó en mi cerebro una polémica inconsciente parecida a
la que se estaba dando en los medios por aquel entonces: “¿El tipo ese bajito y gordiflón que hacía de Bitelchus ahora era Batman?”. Misteriosos spots llenos
de planos a oscuras y que no contaban demasiado de la trama (que tiempos
aquellos de la era pre-internet) acabaron por engordar mis expectativas. Por
cierto que se estrenó en España un 29 de septiembre, día de mi santo.
Hablar de cuanto me gustó
la película también sería superfluo. Estaba claro que a mis impresionables 10
años repletos de cultura proto-pulp aquel festival de acción, comedia, drama,
terror, comic, suspense, y superhéroes estaba destinado a dinamitar mis
esquemas como aficionado al cine de un modo que, viéndolo en perspectiva,
resultó más demoledor de lo que me pareció entonces. Ok, a ver. Teníamos a Jack Nicholson haciendo de uno de los mejores villanos de la historia, a una Kim Bassinger que apeló a mis más
precoces –y bajos- instintos y a un Michael
Keaton que derrochaba carisma y cumplía (por mucho que digan algunos). Pero
es que además esa atmósfera de cuento gótico y tenebrismo decadente, con esas
fascistoides estatuas y esa niebla surgiendo de las alcantarillas, me
resultaron inéditas en una trama que tenía como protagonista a un héroe salido
de las viñetas. No era luminoso como Superman,
ni simpático como El Zorro. Era
taciturno y violento, reflexivo e intimidador, cerebral y visceral. Y sobre
todo humano. Por mucho que me encantaran las películas de Tarzan de Johnny Weissmuller,
aquel héroe –por llamarlo de alguna forma- apelaba mucho más a mis anhelos de
emociones fuertes. Un Joker
divertido y encantador a la par que psicopático y horrendo. Muertes cada dos
escenas. Ácido sulfúrico, explosiones, peleas de artes marciales y una frase: “Soy
Batman”, que hizo que se me cayeran los pantalones al suelo. Y aunque
los años me han dado más perspectiva sobre los fallos de esta película tanto a
nivel cinematográfico (agujeros de guión garrafales, falta de cohesión
narrativa, lentitud argumental…), como de adaptación comiquera (el hecho de Keaton sigue sin ser un Batman perfecto
pese a sus esfuerzos o ese turbio asunto del asesinato de los padres de Bruce Wayne), a pesar de todo esto sigo
pensando que el film capta bastante de la esencia del personaje –desde luego
mucho más que esas repugnancias rodadas por Joel Shumacher (D.E.P) poco después–, y por supuesto es una
estupenda puerta abierta para neófitos a todos esos 70 y pico años de historia viñetera.
Resultaría superfluo a
estas alturas volver a hablar de la importancia de esta película a nivel
cinematográfico y de evento, dado que además este texto va de algo
profundamente personal. Pero es inevitable recordar que la euforia batmaniaca
que se instaló en el inconsciente colectivo fue gloriosa. En este verano de
1989 (y en al menos un año más, por no decir que los ecos siguen permeando en
la actualidad) no había forma de cruzar una esquina, leer una revista o mirar
la tele sin que apareciera el sempiterno logo amarillo en algún momento. Hasta
entonces las películas de superhéroes eran casi todas basura condescendiente
para niños y adultos con el deseo de reírse de sus pecados de juventud, con la
única excepción del Superman de Richard Donner. “Batman” cambió las reglas prácticamente desde su concepción, y
aunque todo el mérito es de Tim Burton,
del diseñador Anton Furst, de los
actores, etc… es bonito recordar que el producto final fue la consecuencia de
un único sueño de juventud del productor Michael
Uslan, el hombre que sintió que los Zap,
Booms y Pows de la serie de Adam
West eran un insulto a la memoria de un personaje oscuro, detectivesco y
misterioso; y que movió cielo y tierra hasta que esa concepción bufa del
murciélago fuera casi erradicada. Por supuesto sin este game changer de celuloide no tendría hoy el cine de superhéroes la
consideración que tiene ni la mitad de taquilla, y obviamente a día de hoy una
película de Batman es una inversión
casi segura gracias exclusivamente a este film. Además, la Batmania de los 60
de la serie de TV acabó muriendo, mientras que la Batmanía que comenzaron Burton y Keaton no parece desfallecer jamás (hasta el punto de que parecemos
haber olvidado que todo ha salido de aquí), trayéndonos más tebeos, más comics,
más videojuegos, más merchandising,
en un volumen que el cruzado con capa de West
–pese a todo su valor icónico– jamás hubiera alcanzado. Y creo que eso es
debido a que mientras que el Batman
de la serie hizo historia creando “su” Batman,
la visión más fiel a las raíces de Burton
transmutó al personaje definitivamente en lo que siempre ha sido y será: un
icono reconocible a la altura de Holmes,
Drácula y demás mitos de la cultura
popular.
![]() |
Imagen de la adaptación al comic obra de Denny O´Neill y Gerry Conway. O´Neill también nos dejó recientemente, culminando una vida dedicada a engrandecer al personaje en el plano autoral y editorial. |
Aunque en mi caso, y
quizás sea esta la razón última y máxima por la que considero a “Batman” la película que más me marcó,
no solo me abrió las puertas a unos tebeos estupendos sino también, como ya
anticipé al principio, a toda una nueva forma de entretenimiento. El personaje estaba viviendo una edad de oro de sus publicaciones en castellano gracias a Ediciones Zinco, con fieles versiones del "Dark Knight" de Miller, el Batman de Grant/Breyfogle, etc... y los tomos de "Las Mejores Historias..." donde aprendí a amar los tebeos de la edad de Oro, Plata y Bronce, tanto como los actuales (hoy en día bastante más). Aparte recuerdo ver
la publicidad en una publicación que no recuerdo, que anunciaba una revista
llamada “Fotogramas” y en uno de los
recuadros arriba del todo, en la cubierta, había una foto de la película de mis
amores. ¡Amazing! Tenía que conseguir esa revista, a pesar de que esa mini-foto
no auguraba un artículo demasiado extenso en el interior –la portada principal
era para Mel Gibson. De hecho fue “Arma Letal 2” la que consiguió desbancar al murciélago del número
1 ese verano, cuando llevaba ya recaudadas cifras históricas–, pero aun así conseguí
la revista. Y surgió la oportunidad de que al mes siguiente la consiguiera otra
vez, aunque ya no había referencias a Batman.
Y también al mes siguiente. Y al otro. Y al otro… Y de tantas visitas al
kiosco, reparé en otros comics aparte de los de Batman que tampoco tenían mala pinta, y en otras revistas de cine
aparte de “Fotogramas” que parecían
dedicarse incluso más al género fantástico, el cual era el que más consumía. “Fantastic Magazine”, “Imágenes”, “Star Fiction”, “Comic
Scene” (pena que casi todas desaparecieron). Todos los meses las devoraba
una y otra vez, y tengo claro que este interés por el cine me vino de aquella
película, cuyo VHS pirateado que
poseía como si de oro se tratase, estaba a esas alturas quemadísimo del exceso
de uso. Menos mal que llegó el VHS en original para comprar y su pase por el
Canal +, para grabarla y regrabarla. Precisamente este canal a veces emitía los
films en versión original subtitulada, y un día dije: “Oye, las películas dobladas son las que molan pero, ya que es Batman,
¿Por qué no pruebo a verla en inglés?”. Nuevo acto pionero debido al
murciélago de Burton y nueva
obsesión a implantarse de por vida: a día de hoy solo veo las pelis dobladas si
es que no tengo más remedio.
Un par de años después
llegó “Batman Vuelve” que me gustó
incluso más, pero su valor como marcador de eventos en el desarrollo de una
personalidad ya fue menos impactante debido a que con 12 años ya estaba pillado
con tantas cosas que me resultaba difícil abarcarlo todo. Igual que ahora, vaya.
Creo que si miró atrás y me comparo con el presente, esa chispa que prendió
esta por lo demás muy buena película (con sus fallos incluidos) ha dejado tanta
huella que me resulta difícil encontrar mucha diferencia entre mis emociones de
entonces y las que tengo ahora. Por eso creo que esta película es, en efecto,
la que más me ha marcado de todas. Y seguro que lo sigo pensando la próxima vez
que la vea de nuevo: que será la número 200.000 o casi.