Una nueva muestra de la
habilidad del gran Frank McFair para
mantenerte entretenido sin descuidar detalles psicológicos y de ambientación;
algo realmente meritorio para un escritor que, como tantos otros, tenía que
teclear a destajo para salir adelante en este mundillo. “Espanto” está ambientada
en la Transilvania del XIX, y las descripciones de los Cárpatos, el color local
y gentilicios (magiares, húngaros y toda la peña) está mucho más cuidada de lo
habitual en estos entrañables productos, además de la presentación de los
distintos estratos sociales de una aldea campestre cercana a un misterioso
castillo. Pero viendo estos mimbres, esa portada y lo de la ambientación magiar
seguro que pensáis que estamos ante una reescritura velada del “Drácula” de Stoker. Bueno… sí y no. En efecto, castillo con
leyenda. En efecto… burgomaestre, húsares apostados, campesinos supersticiosos
que forman piquetes a la mínima y misteriosos asesinatos entre los arbustos del
bosque. Pero todo ello, como os digo, con una prosa estupenda y un nivel de
detalle más que bueno.
Los nombres de los personajes (Böske, Kalman, Mikal, etc…) junto a las
localizaciones, los rangos dentro de los húsares y distintos gentilicios, dejan
claro que hubo documentación seria. Todo ello dándole color a una trama en la
que un adinerado francés –de nombre Duchamp,
¿Un guiño?- adquiere un viejo caserón y se instala en él junto a su cohorte de
criados, todos esclavos de color a los que se ha traído de la mismísima Haití,
incluyendo un grupo de lascivas huríes haitianas casi robóticas en sus gestos,
además de ser todas mudas. Y en efecto también, hay unos asesinatos entre las
sombras del bosque más propios de un hombre-lobo que, de un vampiro, con unas
escenas de manejo del suspense magistrales (McFair sabe perfectamente qué ruidito sugerir, qué arbusto mover, o
qué sombra cimbrear para crear una atmósfera inquietante) además de ser todas bastante
gore y muy sangrientas.
Pero más que la valentía
por ese grafismo de la violencia, me llama la atención –como siempre en este
autor- su preocupación por que esos muertos nos importen. Persiste siempre en
procurar presentar a todos los secundarios, por pequeños que sean, para que
(por ejemplo) su muerte no sea un evento aislado que le sucede a un monigote
que olvidamos a la siguiente página, sino algo mucho más elaborado y duradero.
Y también, como siempre en los bolsis, ese grado de detalle lleva a descuidar
cosas como el final: la clásica precipitación de bulla y algo previsible,
aunque con un toque de casquería y brutalidad sangrienta que apabulla. Pero
solo por esos detalles, además de por la lubricidad de las esclavas haitianas
(un momento en el que Duchamp usa el
látigo para alejarlas del soldado al que parecían querer violar es el momento
más Stoker de toda la novela) hacen
de su lectura algo interesante y más que un simple entretenimiento.
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