domingo, 26 de abril de 2020

“ESPANTO” — FRANK MCFAIR (Bolsilibros Terror, 123. Easa)


Una nueva muestra de la habilidad del gran Frank McFair para mantenerte entretenido sin descuidar detalles psicológicos y de ambientación; algo realmente meritorio para un escritor que, como tantos otros, tenía que teclear a destajo para salir adelante en este mundillo. “Espanto” está ambientada en la Transilvania del XIX, y las descripciones de los Cárpatos, el color local y gentilicios (magiares, húngaros y toda la peña) está mucho más cuidada de lo habitual en estos entrañables productos, además de la presentación de los distintos estratos sociales de una aldea campestre cercana a un misterioso castillo. Pero viendo estos mimbres, esa portada y lo de la ambientación magiar seguro que pensáis que estamos ante una reescritura velada del “Drácula” de Stoker. Bueno… sí y no. En efecto, castillo con leyenda. En efecto… burgomaestre, húsares apostados, campesinos supersticiosos que forman piquetes a la mínima y misteriosos asesinatos entre los arbustos del bosque. Pero todo ello, como os digo, con una prosa estupenda y un nivel de detalle más que bueno. 

Los nombres de los personajes (Böske, Kalman, Mikal, etc…) junto a las localizaciones, los rangos dentro de los húsares y distintos gentilicios, dejan claro que hubo documentación seria. Todo ello dándole color a una trama en la que un adinerado francés –de nombre Duchamp, ¿Un guiño?- adquiere un viejo caserón y se instala en él junto a su cohorte de criados, todos esclavos de color a los que se ha traído de la mismísima Haití, incluyendo un grupo de lascivas huríes haitianas casi robóticas en sus gestos, además de ser todas mudas. Y en efecto también, hay unos asesinatos entre las sombras del bosque más propios de un hombre-lobo que, de un vampiro, con unas escenas de manejo del suspense magistrales (McFair sabe perfectamente qué ruidito sugerir, qué arbusto mover, o qué sombra cimbrear para crear una atmósfera inquietante) además de ser todas bastante gore y muy sangrientas.

Pero más que la valentía por ese grafismo de la violencia, me llama la atención –como siempre en este autor- su preocupación por que esos muertos nos importen. Persiste siempre en procurar presentar a todos los secundarios, por pequeños que sean, para que (por ejemplo) su muerte no sea un evento aislado que le sucede a un monigote que olvidamos a la siguiente página, sino algo mucho más elaborado y duradero. Y también, como siempre en los bolsis, ese grado de detalle lleva a descuidar cosas como el final: la clásica precipitación de bulla y algo previsible, aunque con un toque de casquería y brutalidad sangrienta que apabulla. Pero solo por esos detalles, además de por la lubricidad de las esclavas haitianas (un momento en el que Duchamp usa el látigo para alejarlas del soldado al que parecían querer violar es el momento más Stoker de toda la novela) hacen de su lectura algo interesante y más que un simple entretenimiento.

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