jueves, 23 de abril de 2020

“¿A QUÉ HORA TE MATARON, SHARON TATE” — KEITH LUGER (Servicio Secreto, 1018. Bruguera


El otro día hablábamos en facebook de esta bizarrísima saga de novelitas que Bruguera incluyó en su colección de “noir” y espionaje “Servicio Secreto. Los títulos eran igual de interrogativos con la hora, pero los otros personajes damnificados, aparte de Sharon Tate, fueron Kennedy, Marilyn Monroe y Luther King (con la extrañeza de que la novela del presidente y su magnicidio en Dallas era de Adam Surray, mientras que las otras tres son de Keith Luger) y constituyen una genuina “explotation” de eventos sangrientos que en esta época estaban en boca de todo el mundo. En el caso de Tate, que nos ocupa, una auténtica pieza de coleccionismo al incluir una teoría propia a la identidad de los asesinos que no incluye a la familia Manson (aún no habían detenido a los criminales) pero no exenta de cierta base real según las investigaciones que la policía estaba llevando a cabo. Es extrañísimo leer una historia sobre los asesinatos en Cielo Drive que no incluye ni una referencia al “Helter Skelter”, pero es que el depósito legal de la novela es de 1969 (los crímenes fueron en agosto de este año), así que Luger debió escribirla a toda prisa para ser publicada en enero de 1970. Precisamente ese fue el mismo mes en que detenían a Tex Watson, Linda Kasabian y otros involucrados en el evento, por lo que aún no había comenzado ni el mediático juicio ni, por supuesto, había explotado aun la teoría mesiánico-racista-cristiano-satánica que el fiscal Vincent Bugliosi enarboló para meter entre rejas a Charlie Manson y sus acólitos.

Así pues, ¿Qué toma el señor Oliveros de la realidad para su versión de los crímenes? Pues más bien poco. “¿A qué hora te mataron, Sharon Tate?” es una despendolada intriga de serie negra que se presenta como una deformación grotesca y bufa de una novela de Chandler. Tenemos un sabueso duro como el pedernal al que involucran en la resolución de los crímenes de la casa de Tate y Polanski (ambos mencionados, junto a todas las víctimas que perdieron la vida allí) y… no, aquí no hay culto alguno. Aunque Luger menciona la posibilidad de que el crimen fuera obra de alguna especie de, en sus palabras, “grupo pagano” debido a una falsedad que recogieron los periódicos y que también esta novelita da como cierta: que el cadáver de Jay Sebring apareció con una capucha negra puesta. Posteriormente se confirmó que nada de capucha, sino que era una simple toalla, pero ese simple bulo sirvió para que los rotativos hicieran el agosto hablando de sectas satánicas. Sin embargo, Luger recoge las sospechas sobre tráfico de drogas y gansterismo como el principal motivo de la matanza. No le duelen prendas en poner a las víctimas -el peluquero Sebring y al escritor Frikowski, amigo de Polanski, como traficantes. Y a Sharon Tate como encubridora del pastel-. Una débil referencia a narcos en la prensa de la época como línea de investigación le basta a Luger para sacarse de la manga a unos cuantos mafiosos y un par de sádicos asesinos a sueldo como rostros detrás del crimen, por lo que al detective protagonista le basta con investigar el asunto, ponerse en peligro, tirar de sangrientos hilos y, por supuesto, enfrentarse a tiros y puñetazos contra los facinerosos.

Y qué, en fin, igual tampoco andaban tan desencaminado este “bolsi”, teniendo en cuenta que a día de hoy sigue habiendo puntos oscurísimos en el caso Tate-La Bianca, incluyéndose la teoría de una conspiración con drogas de por medio en muchas teorías revisionistas. Las mismas que tiran por tierra el relato de Bugliosi y el Helter Skelter como una posible exageración del mediático fiscal. Por lo demás y en la novelita que nos ocupa, lo dicho: Chantajes, maletas de dinero cambiadas de manos, persecuciones, peleas, balaceras, un poco de machismo del inevitable (el detective se emperra en que su ex debe estar con él, y logrará echar a ostias a otro candidato al amor de su chica –que, burla burlando, al final se descubre que lo había contratado ella misma para aparentar tener una relación y así vengarse de las continuas infidelidades del detective. Brutal, sí- para que al final reine la armonía machoman y la cosa acabe, como siempre, en bodorrio) además de un final con sangre, fuego y miembros explotando que nada tiene que envidiar a la versión Tarantino del crimen de Sharon Tate, estrenada el año pasado. Estoy convencido de que esta chorradita de Keith Luger, además de vertiginosa y muy entretenida (aunque sonrojante en las partes mencionadas) le da mil vueltas a la, no menos explotation, de “Érase una vez en Hollywood”, por divertida, psicotrónica y, encima, ser un producto cercano en el tiempo al propio crimen.



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